El conejito que quiere dormirse despierta a medio mundo
Si tiene hijos pequeños quizá ya sepa que Forssén Ehrlin es el autor de El conejito que quiere dormirse. Una nueva forma de hacer que los niños se duerman. Si no, debe saber que su libro ilustrado, de apenas 26 páginas, es el más vendido en Amazon Reino Unido (en competición con más de 30 millones de títulos, entre ellos el último de Harper Lee, Ve y pon un centilena, y el thriller La chica del tren, de Paula Hawkins), el más vendido de la categoría de literatura infantil en Estados Unidos, compitiendo con 270.000 libros, y en España es el primero en la categoría de literatura para jóvenes. Además, ya se ha convertido en todo un fenómeno en Francia. Ahí es nada.
¿Pero cómo consigue un simple libro lo que no ha conseguido hasta ahora toda la historia de la literatura infantil con sus millones de cuentos de hadas a cuestas?
Según Forssén, un uso inteligente de las técnicas lingüísticas y psicológicas es la clave para conciliar el sueño. El autor está tan convencido de su método que empieza el libro con una advertencia: no debe leerse en voz alta cerca de alguien que esté conduciendo un coche u otro vehículo.
La técnica exige más del lector, obviamente, que del sujeto a neutralizar. Por ejemplo, las palabras “dormir” o “quedarse dormido” se emplean hasta 85 veces a lo largo de las 26 páginas, sobre todo en la combinación “dormirse ahora”. Al lector se le aconseja bajar el tono de voz en ciertas partes del libro y bostezar en ciertos momentos del cuento. De esta forma, el relato ayuda tanto a los pequeños como a los mayores a relajarse, concentrarse y quedarse dormidos con el conejito.
De hecho, aunque Carlitos sigue todo un proceso en busca de su sueño perdido, durante el cual conoce al Caracol Durmiente, a la sabia Búho de Ojos Pesados y al Tío Bostezo, lo de menos es la historia, lo demás es el cómo se cuenta.