La despedida es un acto que muchas veces pasamos de corrido sin pararnos a pensar la carga emocional que conlleva. Me refiero a cuando nos despedimos de un amigo, pareja, familiar, paciente o conocido para siempre o por lo menos por un largo tiempo (no tiene que ser por fallecimiento, sino también porque se va a vivir fuera, por finalización de una relación amorosa o sentimental, etc.)
Despedirnos de un ser humano, y también por qué no mascotas, es decir, de cualquier ser en general con el que hemos generado un apego, una confianza y un vínculo, no es nada fácil o a quitar relevancia. Es un momento tremendamente íntimo y con un peso emocional importante que hay que saber gestionar.
Existen personas que dicen no gustarle las despedidas, y entonces evitan o despachan rápido la situación para reducirla lo máximo posible. En muchas ocasiones, esto es producido porque se están intentando evitar los sentimientos y las emociones que pueden surgir en esa situación. Lo cual puede conllevar, a un enquistamiento de esos sentimientos, a una mala canalización y por tanto a un futuro arrepentimiento por no haber podido decir o expresar en el momento oportuno a esa persona que no se va a volver a ver, todo aquello que gustaría haber trasladado.
Por lo tanto, a la hora de la despedida, es importante tomarse uno su tiempo para reflexionar, evaluar y decir a la persona en cuestión todo aquello que sientes por ella. Es un momento delicado, pero que puede ayudar a cerrar heridas o cicatrices, o a abrirlas y enquistarlas.
Tener y compartir sentimientos es lo que nos hace genuinamente humanos. Es importante que le comentemos a esa persona cómo nos sentimos por esa despedida y separación, así como relatarle el significado que ha tenido para nosotros que haya formado parte de nuestra vida.
Si finalmente no hemos sido capaces, o a lo mejor pensábamos en un primer momento que hemos dicho todo, pero posteriormente pensamos que se nos ha quedado algo en el tintero, una buena fórmula para solucionarlo es escribir una CARTA DE DESPEDIDA. Ésta podemos decidir si enviársela a esa persona, o por el contrario si no es posible o no somos capaces, escribirla, leerla y quedárnosla o romperla una vez finalizada y leída. Esto permite, de un modo diferente, no quedarnos con la espinita y cerrar o limpiar esa herida.